La España moderna y contemporánea nace cuando los españoles nos reconocemos como nación en las Cortes Generales y Extraordinarias convocadas en la entonces Real Isla de León en 1810, hoy San Fernando. Ese reconocimiento de nuestra realidad nacional -que culmina con la promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812, pone de manifiesto el deseo de los españoles de permanecer unidos y ha contribuido decisivamente a nuestros avances como sociedad.
Los españoles somos una sociedad organizada en torno a instituciones democráticas gracias en buena medida a la madurez que ha alcanzado en nuestra conciencia social conceptos como Nación y Soberanía Nacional.
Defender su vigencia no es defender conceptos abstractos; defender la unidad y la vigencia de la Nación Española es defender precisamente todo aquello que los españoles hemos conseguido. La Constitución de 1978 contiene nuestras aspiraciones como sociedad. Los derechos y libertades que contiene nuestra Constitución, garantiza la convivencia entre los españoles, su mutuo reconocimiento, la estabilidad de sus instituciones y las posibilidades efectivas de su desarrollo material.
La unidad es parte de un éxito colectivo que no debemos menospreciar ni poner en peligro. Esa unidad nos hace fuertes y nos capacita no sólo para superar los problemas que se nos presentan sino para plantearnos nuevas metas que nos permitan seguir creciendo en el futuro.
La unidad no impide la diversidad; muy al contrario, la diferencia enriquece la convivencia y la hace más interesante desde todos los puntos de vista. Sin embargo, cuando la diferencia supone ventaja para una parte, se rompe el concepto mismo de la unidad y se pone en peligro la convivencia. La única ventaja tolerable nacida de la diversidad y la pluralidad es aquella que alcanza a todos; de otro modo consolidaríamos una sociedad injusta por desigual y, por lo tanto, inviable.
Poner en riesgo esta unidad o debilitarla cuestionándola, es un grave error que tiene muchas consecuencias negativas. Nada se construye rompiendo; al contrario, la fragmentación y la división sólo sirven para destruir.
La Constitución que los españoles nos dimos en 1978 es el espacio político que garantiza en el encuentro. Su permanencia es consecuencia de su capacidad para adaptarse y seguir siendo un espacio adecuado donde poder seguir conviviendo; su vocación de estabilidad se sustenta precisamente en la capacidad de incorporar nuevos puntos de vista de una sociedad viva y dinámica que se desarrolla, que crece y que cambia.
España es una gran Nación por la que merece la pena seguir trabajando.
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